Este libro ilustrado, sin palabras, juega con la imagen de uno mismo reflejada en el espejo. La línea que separa las dos páginas sirve de frontera entre la ilusión y la realidad, y es un símbolo del mundo simétrico. El contraste entre lo real y lo imaginario conduce a un final inesperado.
Creo que este tipo de libros nos muestran distintas situaciones que están sucediendo en la literatura infantil. Las palabras, poco a poco, son dejadas de lado, y cuando son utilizadas es únicamente para dar matices específicos que la imagen no puede expresar. A pesar de esto, vemos muchos libros en los que la imagen alcanza una profundidad de significado que hace innecesaria la intromisión del lenguaje escrito, y la historia es comprensible a todo público. El estilo de la ilustración, además, logra una emotividad que va mucho más allá de cualquier tipo de oración. Producto de esto, creo que nos hace falta tener mayores herramientas provenientes del arte o el diseño para entender mejor lo presentado por la imagen. Algunos han hablado de "alfabetización visual", pero me parece algo reduccionista homologar el lenguaje verbal a la imagen.